
¿Quién dijo que se necesitaban buenos efectos especiales para provocar el horror? (Foto: Crown International Pictures)
En el episodio anterior prometíamos sumergirnos de lleno en la espiral de despropósitos en que se convirtió el género zombi entre 1960 y 1968. Y vamos a hacerlo. Pero para contextualizar las cosas también hablaremos de algunas películas y novelas que sin hablar de muertos vivientes tuvieron una influencia fundamental en el desarrollo del moderno cine zombi tal y como lo entendemos hoy. Empezaremos este segundo episodio señalando esas influencias externas… aunque descuiden, también tendrán el prometido repaso al Gran Aluvión de Bodrios de los sesenta.
El last man standing y los primeros hitos del cine apocalíptico
No se extrañen si vamos a conceder mucha importancia a algunas obras que no son de zombis. Y es porque la tienen. Me atrevería a decir que desde los años cuarenta y hasta la revolución que supuso la película Night of the Living Dead en 1968, los largometrajes y novelas que más hicieron por la evolución del género, ¡no contenían un solo zombi! Por ejemplo, hoy nos resulta muy familiar el concepto «Apocalipsis zombi», pero lo cierto es que en el cine esa idea nació como la fusión del género tradicional de los zombis vudú y ghouls con la ciencia ficción posapocalíptica. Dicho de manera simple: sin el género posapocalíptico no podría entenderse el género zombi actual.
La influencia viene de antiguo. Ya en el siglo XIX se publicaban novelas posapocalípticas con historias muy similares a las que vemos hoy en el cine. Una de las primeras fue Le dernier homme (1805), del francés Jean Baptiste Cousin de Grainville, donde se describe una plaga de esterilidad que amenaza con extinguir la raza humana mientras los protagonistas intentan encontrar a la última mujer fértil. ¿Les suena? Efectivamente, una premisa casi idéntica servía de base a la película Hijos de los hombres. En 1826 Mary Shelley publicaba otra novela con el mismo título —aunque en inglés, The Last Man— que describía las desventuras del único superviviente de una pandemia situada en el entonces lejano siglo XXI. Incluso mayor influencia tuvo The Purple Cloud, del escritor británico M. P. Shield. Publicada en 1901, narraba las aventuras de un hombre que tras regresar de un viaje por el Ártico descubre que una nube tóxica ha exterminado al resto de la humanidad. Creyéndose completamente solo en el mundo, pierde la cabeza durante años y llega a quemar ciudades enteras cual Nerón, en pleno acceso de megalomanía producida por esa soledad. La novela contiene escenas y pasajes muy similares a los que hemos visto en varios largometrajes.
Los libros que acabamos de mencionar hablaban de cataclismos que eliminaban a casi toda la raza humana, a menudo dejando un único superviviente (el género es a veces conocido como last man standing, último hombre vivo). En los años cincuenta del siglo XX se publicaron otras dos novelas que son probablemente las que más influyeron sobre el nacimiento del moderno género zombi, porque a esos cataclismos añadían un elemento extra: la amenaza mutante. Ambos libros fueron publicados el mismo año, 1954, y ambos serían llevados al cine con distinta suerte. Fueron el último escalón antes del nacimiento del género en su versión moderna. En estas dos novelas la pandemia no solamente acababa con los humanos sino que los transformaba en monstruos, y por tanto los supervivientes no solo tenían que hacer frente a la soledad y la falta de recursos, sino también debían cuidarse de sus antiguos congéneres ahora convertidos en depredadores.
I am legend, de Richard Matheson, tenía ciertos paralelismos con The Purple Cloud. Narraba las aventuras del último superviviente a una epidemia que ha convertido a todos los demás humanos en una especie de vampiros. Su primera adaptación cinematográfica —de 1964— pasó sin pena ni gloria, pero la novela tuvo una influencia fundamental sobre el cine de zombis al inspirar directamente la primera película moderna del género, Night of the Living Dead (más adelante volveremos sobre ello). Igualmente fundamental fue la novela The Invasion of the Body Snatchers, de Jack Finney. Fue adaptada al cine muy rápidamente, en 1956, por el director Don Siegel. El protagonista del hoy legendario film intenta abortar los brotes iniciales de una soterrada invasión alienígena. Los invasores, mediante unas extrañas vainas vegetales, matan a los humanos y los sustituyen por copias idénticas. Curiosamente, ese argumento parecía recoger el terror tradicional asociado a los ritos vudú mejor que cualquier película de zombis de aquella misma época. The Invasion of the Body Snatchers mostraba con hábil crudeza psicológica el proceso por el que los seres humanos se transformaban en títeres sin voluntad propia. Aquellos clones alienígenas eran en todo, excepto en su origen, como una nueva versión de los antiguos zombis. Además cabe citar un detalle muy importante: la película narraba una epidemia de crecimiento exponencial desde sus inadvertidos síntomas iniciales, cuando el protagonista ni siquiera entendía a qué se estaba enfrentando. Un rasgo característico que ha sido imitado bastantes veces, por ejemplo en la novela World War Z. En fin, The Invasion of the Body Snatchers es una obra maestra de la ciencia ficción y el terror. Además tiene la rara virtud de que su segunda adaptación cinematográfica, de 1978, tiene una calidad perfectamente comparable. Si no es considerada como la primera película moderna de zombis se debe a su temática extraterrestre, pero si nos fijamos en su estructura narrativa podríamos considerarla casi el episodio cero de The Walking Dead.
Si en 1956 el largometraje The Invasion of the Body Snatchers fue un importantísimo precedente, 1959 fue el año de la explosión del subgénero posapocalíptico en la ficción audiovisual. En el periodo de apenas unos meses se produjeron varias aportaciones importantes. Una en la televisión, con el estreno de la inolvidable serie The Twilight Zone, de la que ya hablamos en la revista, donde algún que otro episodio especulaba acerca del destino de los supervivientes a un cataclismo global. En The Twilight Zone, no lo olvidemos, colaboró como guionista el propio Richard Matheson. En cine se estrenaron dos películas posapocalípiticas paradigmáticas. Una fue On the Beach, un ambicioso drama del que ya hablamos en el artículo sobre cine atómico y que además de un reparto de relumbrón, contenía algunas de las primeras secuencias convincentes de un mundo completamente devastado por una guerra atómica, además de explorar las consecuencias psicológicas sobre la población. Tanto o más influyente, aunque por desgracia poco recordada hoy, fue The World, the Flesh and the Devil, piedra angular de buena parte del cine posapocalíptico moderno. No se sienta mal si no ha oído hablar de ella, porque fue un gran fracaso de taquilla en Estados Unidos y en España ni siquiera llegó a estrenarse. Su olvido resulta paradójico dada la cantidad de veces que ha sido imitada y copiada por otras películas bastante más famosas, incluyendo alguna española. Es difícil de explicar por qué nadie habla de ella casi nunca. No es una obra maestra, pero sí es una buena película que fue pionera y revolucionaria en muchos aspectos. Tampoco puede decirse que tuviese un reparto desconocido, más bien al contrario. Por ejemplo, su protagonista era Harry Belafonte, el «rey del Calipso», que tanto en lo musical como en lo cinematográfico estaba en su punto álgido de popularidad. Le acompañaban Mel Ferrer, que también era bastante popular pese a su labor de eterno secundario, y la malograda actriz de origen sueco Inger Stevens. Antigua bailarina de cabaret, Stevens era una belleza de manual que además poseía uno de los mayores talentos en bruto de su generación. La mayor parte de espectadores la recuerdan porque años más tarde protagonizó junto a Clint Eastwood Hang’ En High, película que rodó un par de años antes de suicidarse mediante la ingesta de barbitúricos. The World, the Flesh and the Devil se centraba en las difíciles relaciones entre quienes sobrevivían a un cataclismo global. Si bien el guion es irregular, desde una perspectiva puramente visual y cinematográfica la situaría sin dudarlo entre las grandes obras de la ciencia ficción. Las secuencias en blanco y negro de una Nueva York completamente vacía —que fueron rodadas aprovechando las horas más tempranas del día— resultan tan espectaculares que siguen impresionando hoy, más de cinco décadas después. Ni que decir tiene que han sido imitadas por filmes como El último hombre vivo, 28 días después, I Am Legend o incluso Abre los ojos de Amenábar, cuya secuencia de la Gran Vía despoblada es muy parecida a la de Times Square en aquella antigua película.
I Am Legend, The Invasion of the Body Snatchers o The World, the Flesh and the Devil no eran historias de muertos vivientes, pero fueron más importantes para la evolución del género que las mediocres producciones de zombis que se estrenaban en aquellos mismos años. La ciencia ficción apocalíptica aportó unos ingredientes que nada tenían que ver con el vudú, pero sí con la representación de un mundo arrasado por la catástrofe, así como la agónica lucha de los supervivientes por mantenerse vivos, cuerdos y unidos en algo similar a un residuo de civilización. Ingredientes, claro, sin los que no entenderíamos el moderno cine de zombis.
El Gran Desmadre de los años sesenta (1960-1968)
Volviendo al género zombi propiamente dicho, nos habíamos quedado a finales de los años cincuenta, periodo decadente marcado por artefactos tan delirantes como Plan 9 From Outer Space. Pues bien, aunque parezca mentira, la primera mitad de los sesenta iba a resultar todavía más delirante. Aquellos años sí que fueron la auténtica Guerra Mundial Z. Es cierto que hubo algunos intentos de hacer películas respetables… pero cuando se rodaban bodrios, eran más y peores bodrios que nunca.
Hasta 1961 todos los largometrajes sobre zombis habían sido estadounidenses, salvo alguna excepción británica como aquella del árbol caníbal heterosexual del que hablábamos en el anterior episodio. Pues bien, a partir de 1961 hubo varios países que se subieron al carro, convirtiendo el desmadre zombi en algo verdaderamente internacional. Entre las primeras en aportar su granito de arena (y de salero) estuvieron las dos principales industrias cinematográficas de habla hispana: México y, cómo no, España. El film mexicano Santo contra los zombies, estrenado en 1961, era la tercera de muchas películas protagonizadas por el célebre luchador. Los grandes alicientes de aquel delicioso sinsentido eran los combates de lucha libre —claro— pero también la tecnología «punta» (los consabidos muelles, antenas y bombillas) o las cómicas peleas con musculosos zombis vestidos de Peter Pan. Cualquiera que haya visto largometrajes de Santo, que por cierto fueron bastante populares en nuestro país, puede hacerse una idea de hasta qué cotas de desfachatez llega este despropósito. Quien no haya visto ninguno quizá debería concederle una oportunidad, porque dudo mucho que se aburra entre tanto disparate. Eso sí, no esperen algo como Casablanca.
En cuanto a España, en aquel mismo año Jesús Franco estrenó Gritos en la noche, película muy influida por el tenebrismo gótico europeo que fue despreciada por los críticos, pero que alcanzó bastante repercusión internacional bajo el título de The Awful Dr. Orloff. Eso sí, el astuto Franco (el director) montó dos versiones distintas: una con escenas picantes destinada a países con manga ancha y otra más recatada para superar la censura católica del otro Franco (el dictador). Gritos en la noche pretendía ser más seria que Santo contra los zombies y efectivamente lo era, aunque para eso tampoco hacía falta mucho.
Si México y España se habían adherido a Guerra Mundial Z, no podía ser menos la otra gran cinematografía latina del planeta, también especializada en exprimir cada filón comercial hasta la más lacerante agonía. Hablo, cómo no, de Italia. En 1964 hicieron su primera aportación, llamada Il castello dei morti vivi, aunque sea más conocida por su título internacional Castle of the Living Dead. Contaba como protagonista nada menos que con Cristopher Lee. Aunque lo más delirante es ver por ahí a Donald Sutherland caracterizado en varios papeles secundarios que, sabiendo de su inmensa fama posterior, parecen casi una broma. Lógicamente este film se rodó antes de que Sutherland alcanzase el estrellato, aunque el actor siempre ha tenido bastante humor para estas cosas (si no lo creen, vean sus gloriosos cinco segundos en la película Kentucky Fried Movie, interpretando al Camarero Patoso). Il castello dei morti vivi era surrealista a más no poder, con secuencias que parecían salidas de los descartes de Martes y Trece (¡esas caóticas peleas de espadachines!) y un Cristopher Lee que normalmente, cuando hacía gala de su elegancia característica, podía enriquecer cualquier película de terror con su sola presencia… aunque aquí los italianos fueron capaces de despojarle de todo su carisma en este film. Un logro impresionante.
Continuando con las fuerzas del Eje, también los alemanes tenían algo que decir en la nueva moda del zombi internacional, pero lo hicieron con un film algo más interesante. Der Chef wünscht keine Zeugen («El jefe no quiere testigos») adoptaba un tono conspiranoico en la onda de la obra del escritor Robert A. Heinlein. Describe cómo los extraterrestres se infiltran en la Tierra ocupando los cadáveres de los recién fallecidos, que reviven y se suman a un complot para acabar con los humanos todavía vivos. Aunque lo más divertido es el nombre que le dieron en la versión internacional… no sé si los responsables fueron los distribuidores estadounidenses y británicos, o los propios alemanes en un inédito alarde de sarcasmo autocrítico, pero el nuevo título parecía casi un lema de la Wehrmacht durante la II Guerra Mundial: No Survivors, Please («Sin supervivientes, por favor»). Con ese título y viniendo de Alemania, es poco probable que la película fuese un gran éxito en según qué países del centro y este de Europa.
Cruzando el charco, la industria estadounidense del zombi empezó a utilizar un nuevo reclamo: la creciente tendencia a mostrar piel femenina en pantalla. El Código Hayes, sistema de censura moral imperante desde 1930, empezó a verse agujereado por lagunas legales que las productoras aprovecharon para colar secuencias de contenido carnal, violento o de lenguaje fuerte en los momentos más insospechados de cualquier película. El sexo, particularmente, se convirtió en un gran reclamo de taquilla tanto en Estados Unidos como en Europa. No solamente habían empezado a proliferar los nudies, «documentales» sobre nudismo, o el sexploitation al estilo Russ Meyer, sino que también los géneros cinematográficos convencionales empezaron a usar el desnudo o casi desnudo para atraer a más espectadores adultos. En los cines había pues dos tipos de películas de terror: las tradicionales destinadas a público infantil y juvenil, y las que añadían un componente erótico. En el género que nos ocupa, el terror, se recurrió con profusión al sexo. Quienes se desnudaban casi exclusivamente eran las actrices. Aunque si las mujeres no son lo suyo, no desespere: en otros géneros de la misma época, como el «péplum», tampoco escaseaba la exhibición de señores musculosos en taparrabos. Suit yourself.
Así pues, Estados Unidos inició la década con The Dead One, estrenada en 1961. Aunque goza del honor de ser la primera película de zombis en color, no tiene mucho más mérito que ese. Retornaba a la tradición vudú de Louisiana, pero solamente como excusa para ofrecer emociones exóticas típicamente sureñas como la música jazz y chicas bailando la danza del vientre, que naturalmente es algo que todos asociamos con Nueva Orleans. Todo ello aderezado con un hilarante zombi que recuerda al Michael Jackson de los últimos años. Pero bueno, salvo este último detalle se trata de un film bastante olvidable.
Durante 1962 y 1963 no hubo apenas producción de cine zombi en Norteamérica, pero era la calma que precedía a la tormenta, porque en 1964 acaeció una súbita explosión del género zombi con casi una decena de títulos que más o menos podríamos encajar en el género. Sirva como ilustración que un mismo director, el infatigable Del Tenney, se las arregló para estrenar tres películas de zombis en aquel mismo año. Una, la más digna de las tres —que tampoco es mucho decir— era The Course of the Living Corpse, la historia de un cataléptico que tras ser enterrado vivo por su codiciosa familia regresa para vengarse fingiendo ser un muerto viviente. Una película no particularmente memorable, la verdad, pero que merece ser mencionada porque su actor protagonista era nada menos que un debutante Roy Scheider. Sí, el mismo de Tiburón y French Connection. Como podemos ver, todo el mundo tiene un pasado… aunque hay que decir que Scheider estuvo brillante en su papel, sobre todo en la impactante secuencia final, y que siendo con mucho lo mejor de la película no es de extrañar que terminase siendo fichado para menesteres más importantes.
El mismo director, Del Tenney, rodó también The Horror of Party Beach, cuyo título da buenas pistas sobre su contenido: música juvenil y cómo no, chicas en bikini. Como excusa argumental para mostrar jovencitas, playa y rock & roll teníamos la historia de un marinero ahogado que resucita por causa de unos residuos radioactivos y emerge del fondo oceánico convertido en una temible «Ghoulish Atomic Beast», como decía la campaña publicitaria, o traducido para la mejor comprensión de ustedes, convertido en una especie de merluza mutante. Convertir un zombi en pescado, he aquí un giro original. Esta película volvía a tener extrañas conexiones con Tiburón, porque alguna secuencia playera de The Horror of Party Beach recuerda bastante (y salvando las infinitas distancias) a la obra maestra de Steven Spielberg. Francamente creo se trata de algo completamente casual, porque dudo mucho que Spielberg encontrase algún tipo de inspiración en este bodrio. Aunque nunca se sabe.
El frenético año 1964 del supervitaminado Del Tenney terminó con su obra magna definitiva, titulada simplemente Zombies, aunque más conocida como Zombie Bloodbath o I eat your skin. Con toda seguridad es mi favorita de las tres. Es una película terrible, sí, pero debería ser un film de culto por unos niveles de surrealismo que hacen que Salvador Dalí parezca el estirado secretario de una notaría. Ambientada en el Caribe y centrada en el vudú tradicional, está repleta de momentos tan hilarantes como unas escenas habladas en «español» que verdaderamente no tienen precio. Los actores, evidentemente anglosajones, tenían serios problemas para pronunciar nuestro idioma de manera medianamente digna, y el resultado, claro, ¡es fantástico! (¡Esas canciones en «castellano»!). Aunque quizá lo mejor es que en Zombies tenemos al brujo vudú más molón de todos los tiempos: rostro pintado, bombín, una pluma en la boca y el toque de glamour definitivo, gafas de sol con cortinillas (yeeeah!). Podría haber formado una banda con George Clinton y Bootsy Collins sin problemas… véanlo y díganme que su carisma no le pega cuarenta mil patadas a cualquier villano del Hollywood actual. Dejando aparte a nuestro brujo funky, la película fue concebida como vehículo para lucimiento de la entonces esposa del director. Porque el infatigable Del Tenney no solamente tuvo tiempo de producir tres Obras Maestras (ejem) del cine zombi en un único año, sino que en ese mismo periodo se casó con Heather Hewitt, modelo de Playboy y protagonista de este film. Supervitaminado y mineralizado… menudo campeón.
Y por fin llega la película con el título más largo de este artículo y de todos los artículos sobre cine que servidor de ustedes haya podido escribir hasta hoy. Hablo de The Incredibly Strange Creatures Who Stopped Living and Became Mixed-Up Zombies!!? (los signos de interrogación y exclamación finales bien podría haberlos puesto yo, pero no, ¡pertenecen al propio título!). La película está ambientada en una feria donde la pitonisa utiliza brujería hipnótica para convertir al protagonista en un zombi asesino. ¿Qué encontramos aquí? A ver si les suena: música juvenil, bailarinas exóticas con poca ropa y unos zombis cuya caracterización es tan increíblemente cutre que resulta fascinante de contemplar. En fin, un típico batiburrillo de la época destinado a atraer a un público facilón.
Crucemos el Atlántico de nuevo. La británica The Earth Dies Screaming narraba la invasión de unos robots extraterrestres que aniquilan a los humanos para después resucitarlos convertidos en agresivos zombis. Aunque el argumento suene a típica tontería de su tiempo, lo cierto es que el planteamiento no era malo. De hecho, el film comenzaba con el espectacular descarrilamiento de un tren (¡a lo cafre!) y diversas muertes súbitas. He de decir que el inicio de Fast Forward (aquella fallida serie estadounidense de ciencia ficción) me recordó bastante a esto. Sin embargo, después el ritmo se ralentizaba bastante, amén de que los robots tenían un aspecto ridículo por culpa del escaso presupuesto, aunque admito que los muertos vivientes resultan bastante efectivos en alguna que otra secuencia. No es una obra maestra, ni mucho menos, pero tiene algún momento a rescatar, incluso diría que cierta dosis de inteligencia cinematográfica, que ya es decir en un film semejante. Siempre he pensado que con los debidos retoques daría para un interesante remake. En todo caso es un precedente barato pero entrañable de la fusión del género zombi con el apocalíptico, así que cumplió su papel histórico. Otra aportación británica, aunque más estrambótica, fue Monstrosity, conocida también por el título The Atomic Brain. Narra la historia de una malvada anciana que quiere trasplantar su propio cerebro al cuerpo de alguna jovencita agraciada para así alargar su propia vida. Marjorie Eaton interpretaba a la anciana villana y aunque era una actriz muy respetable, ni siquiera su presencia conseguía evitar el desastre. Muy cómicas son de hecho las secuencias en que la pobre Eaton, completamente perdida en mitad de este engendro, hacía como que examinaba atentamente los turgentes cuerpos de las candidatas a ser receptoras de su cerebro, secuencias que parecían salidas de alguna retorcida película porno. Ah, los años sesenta, cuando a nadie le importaba un carajo lo que estaba filmando.
En 1965 llegó otra nutrida remesa de subproductos estadounidenses. Se estrenó Creature of the Walking Dead, muy probablemente la película con el peor tráiler de todos los tiempos (¡Impresionante! Además, si se fijan, los sonidos de fondo parecen grabados en un bar donde estén moviendo cajas de tercios). Narra la historia de un científico loco que busca la fuente de la eterna juventud y que, naturalmente, necesita unas cuantas chicas vírgenes para conseguir sus fines. Porque lo del análisis genético y los radicales libres no estaba muy en boga por entonces, parece ser. En fin, una película desastrosa que usaba lo de las «vírgenes» como el típico reclamo sexual que casi se había convertido en la norma por entonces. Pero esto no es nada, amigos. Más chocante todavía era Monsters Crash the Pajama Party —sí, ha leído bien, el título es «Los monstruos irrumpen en la fiesta de pijamas»— vehículo asombrosamente gratuito para mostrar jovencitas gritando mientras corretean en camisón. Pero no prejuzguemos a la ligera. Si usted cree que este engendro no contiene nada de interés está completamente equivocado. Lo mejor del film era un revolucionario concepto, obra de un Genio, de un Visionario, de un Auténtico Creador, un Artista que iba más allá, mucho más allá de cuanto alcanzábamos a ver los mortales. El autor del guion decidió que el científico loco de la película se dedicaría a secuestrar humanos para resucitarlos en forma de… ¡gorilas! Sí, ¡¡gorilas zombi!! Hay ocurrencias que sencillamente no se pueden mejorar. Para colmo, durante algunas proyecciones en salas de cine algunos tipos disfrazados de gorila aparecían entre el público como efecto especial de la casa, aunque generalmente eran tomados a cachondeo. Les advierto: la visión de este tráiler les cambiará el concepto que tienen del Arte, de la Cultura, e incluso de la vida misma. No es un tráiler; es una Revelación.
Hablando de conceptos inmejorables y hazañas grandiosas, veamos en qué andaba Ed Wood, que aquel mismo año retornaba al género zombi con Orgy of the Dead. Pero no, no esperen otro Plan 9 From Outer Space. Esto era un film de puro sexplotaition cuyo principal objetivo era mostrar una retahíla de mujeres bailando con las tetas al aire. Porque literalmente eso es lo que se muestra durante buena parte del metraje con el débil pretexto de escenificar ceremonias vudú. De hecho apenas hay diferencia entre Orgy of the Dead y una filmación fetichista filmada con pin-ups en aquella misma época. Baste decir que las chicas que aparecían en el film ni siquiera eran actrices, sino strippers que Ed Wood había ido reclutando en salas de espectáculos. El pobre Ed se había resignado a que el morbo sexual era ya la única forma que le quedaba para atraer espectadores y concibió este engendro de mala gana, como adaptación de un relato propio, y ni siquiera se molestó en dirigirlo. También tenemos la triste presencia de un Criswell que al parecer no había escarmentado con Plan 9 from Outer Space, aunque en su descargo podemos decir que le resultaba razonable suponer que no llegaría a rodar algo todavía peor que Plan 9 (et voilà!). Y bien, Orgy of the Dead es una de las más infumables películas en la historia del cine de zombis, aunque si es usted varón heterosexual difícilmente quedará decepcionado. Salvo, claro está, que busque algún atisbo de argumento, de inteligencia, de coherencia o del más remoto conato de asomo de sucedáneo de intento de respeto hacia el arte cinematográfico. Pero bueno, a nadie le amarga un dulce.
En fin, ya vemos que los estadounidenses continuaban sin estar especialmente inspirados en 1965, pero, ¿y los italianos? Pues bien, se dio la paradoja de que mientras los americanos trataban de mostrar la mayor cantidad posible de tetas y culos en pantalla, en Italia, ¡hacían todo lo contrario! Vivir para ver. 5 tombe per un medium era una digna aunque algo aburrida imitación del terror gótico al estilo de la Hammer inglesa, productora que se había puesto de moda en Europa el intentar producir cine de terror serio. Más conseguida que Il castello dei morti vivi, este film italiano también se centraba en un castillo donde habitaban fantasmas y muertos vivientes y además contaba con una gran baza interpretativa, la actriz británica Barbara Steele. Especializada en el terror, Steele fue una estrella habitual del género durante aquellos años y solía enriquecer sus películas gracias a una intensa presencia e inquietante mirada que la hacían idónea para papeles de malvada, poseída, etc. Como una versión femenina de Cristopher Lee, vamos, aunque sea bastante menos recordada hoy. 5 tombe per un medium no era una gran película pero sí una aproximación adulta al género que contaba con unos medios adecuados y un resultado digno. En 1966 y siguiendo una línea similar, los británicos contraatacaron con Plague of the Zombies, una producción —esta sí, de la auténtica Hammer— que describía una plaga que convierte a los humanos en zombis. El argumento rescataba los rituales vudú más tradicionales, aunque curiosamente no los situaba en el Caribe ni en Estados Unidos, sino en Cornualles, al sudoeste de Inglaterra. La verdad es que el resultado era curioso, recordaba un poco a las películas de los años treinta, al menos por su temática.
También británica era The Frozen Dead, protagonizada por un desganado Dana Andrews a quien casi puedo imaginar volviendo a casa después de cada día de rodaje, sentándose ante la tele con ojos vidriosos y preguntándose cómo demonios había llegado a trabajar en un bodrio semejante. La película narra las maniobras de un científico que pretende resucitar a unos cuantos criminales nazis que permanecen congelados desde el final de la II Guerra Mundial. Era una película efectiva para un público infantil y juvenil, porque pese a ser muy chapucera contenía detalles inquietantes (y más para la época) combinados con otros bastante risibles.
1968 fue el año en que el género zombi cambió para siempre con Night of the Living Dead del director George A. Romero, pero hablaremos de ello en el siguiente capítulo. Porque entretanto seguían apareciendo películas chapuceras de las que tenemos que hacernos cargo. La estadounidense The Astro-Zombies mostraba al típico científico loco que se dedica a matar gente para usar sus cadáveres en la generación de poderosos zombis en plan monstruo de Frankenstein, todo ello con apabullantes FX como manchas de ketchup y efectos sonoros más propios de 1955. Esta película tiene el aliciente de contar con dos iconos de la serie B, John Carradine y Tura Satana, pero no solamente era cutre sino que fallaba en el tono: su supuesta sofisticación y las risibles ínfulas científicas no hacen más que volverla todavía más ridícula de lo que debería ser. En fin, baste decir que los momentos más inquietantes son aquellos en que la banda sonora nos tortura con penetrantes sirenas y zumbidos a volumen infrahumano, como lo de Cristopher Nolan en Interstellar pero sin presupuesto para contratar a compositores. Con todo, The Astro-Zombies es mala y lenta, pero entretenida gracias a la profusión de detalles risibles en el argumento y sobre todo por sus efectos especiales falleros. Igualmente cutre era Mad Doctor of Blood Island, cuyo título prácticamente resume la película: un científico loco acantonado en una isla se dedica a crearse una corte de zombis. Dirigida por el filipino Eddie Romero (nada que ver con George A. Romero), era un gazpacho característico del género, aunque se añadía un nuevo reclamo barato de cara a taquilla: el gore. Por lo demás, estaban las bailarinas exóticas de rigor y la actriz Angelique Pettyjohn, que apareció en algún episodio de Star Trek y que en sus filmes solía tener como cláusula contractual el lucir escote de las maneras más peregrinas imaginables. Pero veamos el tráiler, que no tiene desperdicio gracias a la psicótica voz del narrador. ¡Esa risa inicial! ¡Ese acento! ¡Esa pasión por el noble trabajo de crear Terror ante un micrófono! Nunca me cansaría de escucharlo… Mad! Mad! Mad!
Como vemos, en los años sesenta el cine zombi siguió dos tendencias opuestas. Por un lado, sobre todo en Europa, una aproximación más seria influida por la moda del revival del terror gótico como el que producía la productora Hammer, aunque solían ser películas donde aparecían más bien pocos zombis. Por otro lado, un feliz despliegue de actrices en trapos menores y la inclusión de temáticas juveniles, reclamos sensacionalistas baratos y disfraces de gorila. Pero en ninguno de los casos escapaban de los lugares comunes del subgénero: podían ser películas mejores o peores, pero previsibles. Y el género quizá no hubiese salido de ahí si en 1968 no se hubiese estrenado una película revolucionaria que básicamente marcó el punto de inflexión entre el cine de zombis tradicional y el cine de zombis moderno. Hablo, claro, de Night of the Living Dead. De ella, y de otras películas, buenas o bodrios, hablaremos en el próximo episodio.

«¿A cuánto va el cuarto y mitad de nazi congelado, oiga?» (Foto: Seven Arts)
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